En Corea del Sur, cuna del fenómeno global llamado webtoon, no todo lo que brilla es scroll. Detrás de las viñetas verticales que millones de personas consumen cada día —y que se adaptan a dramas, películas, videojuegos y camisetas— hay un engranaje mucho menos colorido: contratos que, en lugar de proteger a los autores, parecen diseñados para estrujarlos hasta la última idea.
La Comisión de Comercio Justo de Corea (KFTC) acaba de destapar lo que ya se sospechaba en voz baja: una avalancha de cláusulas abusivas escondidas en los contratos de las principales plataformas de webtoons y novelas web. El número es digno de un manga de horror administrativo: 1,112 condiciones injustas repartidas en 141 modelos de contrato firmados por 23 empresas del sector, entre ellas nombres tan conocidos como RIDI, Lezhin Comics, Munpia, YLAB, Redice Studio o Storywiz.
El precio oculto del éxito digital
Lo que estas empresas ofrecían no eran acuerdos, sino trampas decoradas con tinta digital. Cláusulas que permitían a las plataformas:
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Crear y explotar adaptaciones (series, películas, merchandising) sin pedir permiso al autor original.
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Transferir todos los derechos futuros de obras que ni siquiera existen aún.
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Ceder contenidos a terceros sin informar, ni mucho menos consultar, al creador.
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Modificar obras a placer, incluso eliminar el nombre del autor si así les convenía.
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Exigir coautoría legal, aunque no hayan aportado ni un solo diálogo o trazo.
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Imponer renovaciones automáticas, donde el silencio del autor vale como aceptación perpetua.
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Continuar usando la obra tras la expiración del contrato, como si el tiempo fuera una cláusula opcional.
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Y, por si fuera poco, culpar al autor de cualquier conflicto legal, aunque el error sea de otro.
Es decir: el talento crea, la empresa edita… y también reescribe las reglas en su beneficio.
Una industria de éxitos que oculta una estructura de silencios
¿Sorprendente? No del todo. En 2018, la KFTC ya había intervenido en el mundo del webtoon para exigir correcciones contractuales. Pero como suele pasar, el monstruo cambió de forma, no de fondo. Esta vez, la comisión decidió ampliar la investigación para incluir no solo a plataformas de publicación, sino también a los proveedores de contenido que las alimentan: los estudios, los sellos, los intermediarios que hacen de puente (y a veces de barrera) entre los creadores y el público.
Porque si algo ha demostrado este informe es que, mientras el mercado de los webtoons crece como un cohete —alimentado por la fiebre global del K-content—, los autores siguen cobrando como si fueran pasajeros de segunda clase en su propio viaje creativo.
La paradoja del pulgar: leemos con libertad lo que fue firmado con miedo
Esta investigación no es solo una nota de prensa: es un recordatorio de que detrás de cada historia que nos emociona hay una persona que, probablemente, firmó algo que no entendía del todo, o que no podía negociar. Porque en una industria donde el acceso es escaso, y la competencia feroz, muchos creadores aceptan condiciones que huelen más a sumisión que a colaboración.
Y mientras tanto, las plataformas, con sus algoritmos y métricas, convierten esas historias en productos globales. En contenido. En catálogo.
Pero ahora, con la lupa de la KFTC sobre sus contratos, las empresas tienen la orden de corregir. No es una revolución, pero sí un primer paso hacia un futuro en el que los autores no solo sean los creadores del contenido… sino también los dueños de su destino narrativo.
Porque una buena historia empieza con un conflicto. Pero una buena industria debería terminar con justicia.
Fuente: ANN